dissabte, de novembre 22, 2008

Manzanas podridas

Terminada mi cena me acerco a la heladera para elegir una manzana. Desagradable la sorpresa al ver que todas sufrían de un gigantismo atroz. Las manzanas gigantes me caen mal, muy mal. Estuve a punto de reclamarle a mi madre por qué habían comprado manzanas gigantes cuando a mí me gustan las pequeñas, pero lo considero mejor y decido no decir nada que pueda agriar lo que queda de la noche. Le doy una nueva oportunidad a la manzanota, ya que tenía ganas de comer manzana, pero con muy poca fe, siempre que le doy nuevas oportunidades a las manzanas monumentales terminan cayéndome mal. Elijo una, la lavo y la corto a la mitad. Horrible. No había dado ni un mínimo signo de resistencia, no había salido juguito con olor a manzana. Estaba arenosa. Mi mayor prejuicio se cumplió, las manzanas enormes son arenosas. No me iba a caer mal, me iba a caer pésimo. Y la cáscara estaba amarga. Cuando son pequeñas y jugosas, el sabor amargo de la cáscara no se siente. Cuando son grandes y arenosas, ese es todo el gusto que tienen. Comí la mitad, no pude seguir más porque ya estaba sintiéndome mal. Ofrecí los restos y di un poco a Clementina Mejoralita de Lázari (mi coneja) que no le hace asco a nada y se puso a devorarla ni bien se la dejé al lado de su platito.

1 comentari:

Hitlercito ha dit...

Por eso la alimentación debe ser planeada por el Estado.