diumenge, de gener 10, 2010

Capítulo IV: La historia de un detective.

Gabriel Syme no era sólo un detective que intentaba pasar por poeta: era realmente un poeta devenido en detective. No era simulación su odio a la anarquía. Era Syme uno de esos hombres a quienes la aterradora locura de las revoluciones empuja, desde edad temprana, a un "conservatismo" excesivo. Este sentimiento no provenía de ninguna tradición: su amor a la autoridad era espontáneo y se había manifestado, de pronto, como una rebelión contra la rebelión. Provenía de una familia de excéntricos, cuyos más antiguos miembros habían participado siempre de las opiniones más vanguardistas. Uno de sus tíos acostumbraba salir a la calle sin sombrero y el otro había fracasado en el intento de no llevar más que un sombrero por único vestido. Su padre cultivaba las artes y la realización de su propio yo. Su madre estaba por la higiene y la vida simpe. De modo que el niño, durante sus tiernos años, no conoció otras bebidas más que los extremos del ajenjo y el cacao, por los cuales experimentaba la más saludable repugnancia. Cuanto su madre más se obstinaba en predicar la abstinencia puritana, tanto se empeñaba su padre entregarse a las licencias paganas; y cuando aquélla dio en el vegetarianismo, éste estaba ya a punto de defender el canibalismo.


El hombre que fue Jueves - Gilbert Keith Chesterton

Es extraño que nadie la haya llevado al cine aún. Si nadie lo hiciera y yo vendiera la idea, pfff, me haría millonaria.