diumenge, de maig 22, 2011

Introducing: Dios

Dios, Primer Ministro y gran sacerdote entre los grandes sacerdotes, no era un hombre religioso por naturaleza. La religiosidad podía tener efectos tan nocivos como afectar tu capacidad de juicio y volverte un poquito inestable, y no resultaba una cualidad deseable en un gran sacerdote. Bastaba con que empezaras a creer en ese tipo de cosas para que todo el asunto se convirtiese en una farsa.
Naturalmente Dios no tenía nada en contra de la fe. La gente necesitaba creer en dioses aunque sólo fuese por lo difícil que resultaba creer en las personas. Los dioses eran necesarios. Dios se limitaba a exigir que no le estorbaran y que le dejaran en paz para que pudiera desempeñar sus funciones sin interferencias.
El que tuviera el aspecto ideal para su oficio era una suerte, claro está. Si tus genes han decidido proporcionarte una estatura imponente, una calva que deslumbra y una nariz tan afilada que podrías tallar rocas con ella probablemente es porque tenían una idea muy concreta en mente para empezar.
Dios sentía una desconfianza instintiva hacia las personas propensas al entusiasmo religioso. Siempre había pensado que quienes sentían una inclinación natural hacia la religiosidad eran personas inestables con una molesta tendencia a los vagabundeos por el desierto y las revelaciones. Como si los dioses pudieran rebajarse hasta tales extremos y perder el tiempo con semejantes tonterías... Ah, y lo peor era que esa clase de personas nunca conseguían resultados tangibles. Empezaban a pensar qué rituales carecían de importancia. Empezaban a pensar que podías hablar con los dioses sin necesidad de intermediarios. Dios sabía que las divinidades de Djelibeibi disfrutaban del ritual tanto como las de cualquier otra tierra, y lo sabía con esa clase de certidumbre tan rígida e inflexible que se la puede utilizar como eje para hacer girar el mundo a su alrededor. Después de todo, ser una divinidad y estar en contra de los rituales venía a resultar el equivalente de ser un pez y estar en contra del agua.

Terry Pratchett, Pirómides